¡Buenas tardes! Gracias, Embajador Stanley, por su presentación y por servir de enérgico y sabio guía por Buenos Aires hoy y todos los días.
Vicerector Yacobitti, decano Pahlen, secretario Conejero y profesora Micha: es un honor estar con ustedes en la Universidad de Buenos Aires, donde se formaron presidentes y premios Nobel y donde, al inspirar a la próxima generación de líderes, dan vida a su credo, “la virtud argentina es fuerza y estudio”. Palabras sabias para todos nosotros.
Antes de volver al sector público como vicesecretaria de Estado, fui profesora, en la Universidad de Harvard. Así que cada vez que visito un campus universitario, vuelvo a caer en modo profesor.
No se preocupen, no voy a darles tarea. Pero les voy a encomendar algo. Que esta charla sea solo el comienzo de su participación en la relación entre Estados Unidos y la Argentina. Prepárense para tomar las riendas del liderazgo porque el futuro depende de sus esperanzas, su pasión, sus prioridades, su activismo.
Para mí, cuando considero la nación que heredarán, mis pensamientos viajan a mis primeras impresiones de la Argentina como turista: la belleza impresionante de este país y su gente; el vino, por supuesto, y la gastronomía; los impresionantes glaciares del sur; la rica cultura forjada a través de una larga historia. Y para mis dos nietos pequeños, el mejor futbolista del mundo.
Sin embargo, también hago un balance de su pasado más reciente y el hito que conmemoran este año. No sólo los 200 años de nuestras relaciones diplomáticas, sino en muchos sentidos, mucho más importante, el 40° aniversario del retorno de la Argentina a la democracia.
A menudo, cuando se aprende sobre estos momentos emblemáticos en el aula, el progreso puede parecer inevitable. Puede parecer que el progreso estaba destinado a ser. Pero la verdad tiende a ser más complicada, definida por altibajos, giros y vueltas, tiempos de terror que compiten con horas de esperanza.
El hecho es que el progreso nunca se desarrolla en línea recta y rara vez ocurre sin las manos de alguien al volante que intenta, contra todo pronóstico, guiar a una nación en la dirección correcta.
Eso ciertamente se aplica aquí. En mi país también. El resurgimiento de la democracia hace cuatro décadas no estaba predeterminado. Fue el producto de ciudadanos comunes dispuestos a sacrificarlo todo por sus derechos.
Frente a la oscuridad de los “desaparecidos”, ante las amenazas de encarcelamiento y tortura, a pesar de las fuerzas empeñadas en mantener el control, aquellos con espíritu valiente se negaron a ser espectadores. Estaban decididos a ser los autores de la historia.
Quizás lo más central en esta historia fueron las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo.
Esta coalición de mujeres poderosas siguió el instinto de todo padre y madre: proteger a sus hijos, muchos de ellos arrancados de sus hogares sin dejar rastro.
Rápidamente, sus demandas se convirtieron en más: un movimiento por una Argentina democrática. Reclamaron justicia y dieron la voz de alarma para que se rindieran cuentas y, en última instancia, su justa causa triunfó.
Salieron a las calles para oponerse a los horrores de la época, pero también para defender algo mejor: un gobierno que atienda la voluntad del pueblo, una sociedad donde se valore y se defienda la libertad de expresión, y prevalezcan las voces libres.
Hicieron posible el cambio y real el progreso. Y su historia es un recordatorio de que la democracia no sucede por accidente. No en la Argentina. No en los Estados Unidos. No en cualquier lugar.
La democracia, aquí y en los Estados Unidos, es una empresa inconclusa que exige energía, compromiso y persistencia. Requiere cuidado y atención, una ciudadanía activa y un gobierno transparente.
Pero hay otro elemento esencial. La democracia no puede sostenerse simplemente porque las marchas tengan éxito, se elijan nuevos líderes o se celebren elecciones.
La democracia tiene que probarse a sí misma. La democracia tiene que demostrar que, aunque imperfecta e incompleta, es nuestra mejor oportunidad para una mayor prosperidad y posibilidad, para la justicia y la paz, para liberar el potencial humano y preservar la dignidad humana.
Para citar a mi querida amiga, ya fallecida, y exsecretaria de Estado, Madeleine Albright, ella siempre decía: “la democracia tiene que cumplir”. Tiene que mejorar la vida de las personas y abrir puertas a empleos y oportunidades, seguridad pública y estabilidad. Porque sí, la gente quiere votar, pero también necesita llevar comida a la mesa.
Así que tenemos que preguntarnos: ¿cómo sería una democracia que pueda cumplir? ¿Qué papel podemos jugar, en nuestros dos países, para enfrentar los desafíos diarios en torno al empleo, la salud y la seguridad, mientras amplificamos las fortalezas de la democracia en todo el mundo?
Estas preguntas no tienen respuestas simples o directas, pero es nuestra responsabilidad, en los pasillos del liderazgo, en los pasillos de las universidades, abordarlas.
Es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Los Estados Unidos, al igual que la Argentina, se enfrentan a fuertes vientos en contra que pesan sobre nuestra formulación de políticas y nuestra política. Temas como la inflación, la desigualdad económica, la crisis climática y la polarización partidista.
Y todo esto se vuelve más intenso y complejo por el rápido ritmo del cambio tecnológico, por la explosión de las redes sociales, por el advenimiento de la inteligencia artificial, por la capacidad de la desinformación de propagarse como las llamas, por las capacidades contrapuetas de Internet para tanto conectar como inflamar.
Ninguno de nosotros debe subestimar la amplitud de estos desafíos fundamentales, ni debe asumir que nuestras democracias automáticamente nos equiparán con las herramientas para superarlos.
Pero la democracia nos da algunas ventajas claras. Nos brinda espacios abiertos para deliberar. Nos da el poder de considerar una amplia gama de opciones, en lugar de limitar nuestra imaginación a soluciones únicas para todos.
También nos une más allá de las fronteras, porque es más probable que las naciones gobernadas democráticamente trabajen como socias para buscar la paz, promover el crecimiento equitativo, proteger los derechos humanos, la salud pública, el medio ambiente y más.
Vemos que eso se manifiesta en la cooperación vital entre los EE.UU. y la Argentina, que ahora cumplen 200 años de relaciones diplomáticas. Podemos seguir trabajando para nuestra gente, nuestra región y nuestro planeta, siempre y cuando sigamos trabajando como mejor lo hacen las democracias: juntos.
Juntos, tenemos una gran oportunidad para dar energía y alimentar al mundo.
Las reservas de petróleo y gas de Argentina pueden ayudar a impulsar la economía local y ayudar a las comunidades globales que se tambalean por los altos precios, a la vez que financian la transición energética de la Argentina.
Los agricultores de la Argentina pueden ayudar a las familias que enfrentan dificultades para comprar alimentos en el supermercado.
Los depósitos de litio de Argentina y otras tierras raras pueden ayudar a dar energía a baterías, vehículos eléctricos y tecnología limpia fabricados aquí, implementados aquí y vendidos en todo el mundo.
La mayor fortaleza de la Argentina son ustedes. El capital humano argentino. Personas como ustedes, todos ustedes, al ayudar a poner en marcha la próxima ola de innovación para este notable país, permiten que los argentinos avancen en la cadena de producción y vean nacer hoy, aquí en esta nación, las ideas para los productos del mañana.
Juntos, estamos abordando algunos de los temas más importantes de la agenda mundial.
A través de nuestros diálogos bilaterales, apoyamos los esfuerzos en virtud del Acuerdo de París para abordar la crisis climática mediante la promoción de inversiones en energía limpia, la descarbonización y el desarrollo sostenible de los recursos naturales.
A través de nuestro trabajo diplomático, estamos buscando formas de garantizar que las empresas de cada uno de nuestros países puedan seguir participando en los mercados del otro, aumentando el acceso al capital extranjero en la Argentina, creando una mayor previsibilidad para los inversores y estableciendo estándares de exportación e importación más claros para las empresas.
A través de compromisos en las Américas, estamos avanzando en acciones concretas para reforzar las cadenas de suministro, profundizar las alianzas público-privadas y forjar las condiciones para una migración segura, ordenada y humana en nuestro hemisferio.
A través de la Cumbre de las Américas del año pasado, nos unimos a representantes del sector privado, la juventud, la sociedad civil y el gobierno de toda esta región para respaldar e impulsar una agenda sólida en salud, resiliencia, energía limpia, clima, transformación digital y gobernabilidad democrática.
A través de la Cumbre por la Democracia, EE.UU., la Argentina y socios internacionales se comprometieron con un conjunto de pasos para combatir la corrupción, ampliar el respeto por los derechos humanos, promover los derechos de los trabajadores, abrir mercados y fortalecer la sociedad civil.
Todo esto habla de otro componente clave de nuestros esfuerzos comunes: si queremos que la democracia funcione, si queremos que la democracia tenga éxito y prospere, entonces, juntos, debemos defender la democracia en cualquier lugar donde esté amenazada.
Esta es una de las pruebas más grandes de nuestro tiempo.
Esto requiere que tengamos en claro lo que está sucediendo en este continente.
Cómo lugares como Venezuela, Nicaragua y Cuba están más definidos por la represión, la violencia y el colapso económico que por la dignidad, los derechos humanos y la prosperidad.
Cómo la Argentina y sus vecinos afines deben mantener la fe en el derecho a la reunión pacífica, la gobernanza transparente y el diálogo vigoroso.
Cómo la Argentina se edifica sobre 40 años de progreso al abordar abiertamente su pasado autoritario, invertir en justicia restaurativa y expandir la equidad de género, los derechos LGBTQI+, la diversidad, la accesibilidad y la inclusión.
Esta causa exige nuestra unidad también en el escenario mundial.
Estamos asumiendo grandes tareas como la no proliferación, y debería ser motivo de orgullo ver a dos argentinos como Rafael Grossi y Gustavo Zlauvinen al frente de los pilares clave del régimen global de no proliferación.
Estamos abordando la seguridad energética, alimentaria y económica porque, donde los regímenes autoritarios intentan explotar estos problemas para obtener ganancias políticas, las democracias debemos demostrar que tenemos las respuestas que se requieren para alimentar a nuestras familias, poner gasolina en los tanques de nuestros automóviles y autobuses, y dar energía a nuestros hogares.
Estamos respondiendo a la invasión ilegal y no provocada de Rusia a un país soberano, Ucrania, con unidad en los foros internacionales, con un apoyo inquebrantable a la capacidad de Ucrania para defenderse, con un respaldo inquebrantable a los principios de la carta de la ONU de soberanía nacional, integridad territorial y el derecho de cada país a determinar su propio destino.
Juntos, debemos demostrar lo que la democracia puede lograr cuando creemos en nuestro curso y nuestra causa, cuando defendemos el estado de derecho, cuando trabajamos en equipo hacia objetivos comunes de justicia y equidad para todos.
Hace sólo unos meses, el mundo fue testigo de otro campo donde la unidad de propósito arrojó resultados increíbles —lo mencioné al principio— cuando Leonel Messi y la Albiceleste ganaron la tercera Copa del Mundo para la Argentina.
Fue increíble. Estaba en la casa del Secretario de Estado. Nos había invitado a todos para un brunch festivo. No podíamos empezar porque estábamos todos pegados al televisor, porque seguíamos pensando que el partido ya iba a terminar. Varias veces.
Ver esta victoria traer tanta euforia a los fanáticos argentinos, ver a millones, y hoy fui al museo del fútbol, ver a millones salir a las calles para celebrar fue un espectáculo extraordinario. Inspiró a los fieles del fútbol en todas partes.
Puede parecer un poco extraño que yo mencione esto al final de un discurso centrado en la democracia en la Argentina y en todo el mundo.
Pero para cualquiera que entienda el poder del fútbol, para cualquiera que aprecie lo que los deportes pueden hacer, las conexiones son claras. Porque lo que lograron los jugadores argentinos va más allá de sus dotes físicas o gloria atlética.
Lo que nos mostraron es cómo el fútbol, y los deportes en general, pueden unirnos e inspirarnos. Cómo puede servir como fuerza de unión y lenguaje universal. Cómo puede trascender fronteras y enseñarnos sobre la perseverancia y la persistencia, la comunicación y la cooperación, la gracia en la victoria y el respeto dentro y fuera del campo de juego.
Dicho de otra manera: ese hermoso juego nos infunde un sentido de nuestra humanidad común, de lo que es posible cuando todos tienen un papel que desempeñar, la oportunidad de dejar su huella, competir de manera justa y pertenecer.
Esa es una receta para el éxito en el campo de juego. Esos también son los ingredientes para el progreso en democracia. Un sistema que funciona mejor cuando cada ciudadano tiene un interés y cada familia y trabajador ve un lugar para sí mismo en comunidades prósperas, entornos saludables y sociedades abiertas.
Cuando eso sucede, nos sentimos comprometidos en ver que nuestra democracia sobreviva y tenga éxito, crezca y funcione. Tenemos un renovado sentido de compromiso con la construcción de una Argentina, unos Estados Unidos, una región, un mundo y un futuro seguro, estable y libre.
Espero poder trabajar junto a ustedes y vernos crear ese futuro juntos.
Gracias a todos.
####
Esta traducción se proporciona como una cortesía y únicamente debe considerarse fidedigna la fuente original en inglés.